Muy tempranito, los cuatro socios honorarios de este nuestro club nos dirigimos en coche (de nuevo no ha hecho falta contratar autobús) al pueblo de Bernedo, pero parece que el sol no ha querido madrugar allí tampoco. Jordi nos asegura que a las once levantará y podremos disfrutar de bellas vistas en la cima.
Dejamos
el coche en el parking de la ermita de Nuestra Señora de Okon. Desde allí
atravesando el parque infantil comenzamos la subida, bastante empinada al
principio, por una senda que nos lleva a internarnos en un hayedo. El camino es
sombrío, aspecto éste que no viene a cuento pues el sol todavía no se ha
dignado a salir. Está bien señalizado.
Encontramos varios cruces de otras sendas que recorren la zona (Villafría, carboneras, caleros...).
Tras dejar el hayedo, enseguida encontramos el Bonete, una mole de piedra que se alza como un menhir, de los que transportaba Obelix pero a lo grande.
Casi al lado hay otra pequeña ermita, esta vez incrustada en la roca. Está bastante descuidada. La verja de dentro está rota y tirada (o caída) en el suelo. En ella se encuentra una figura de San Tirso.
Es en este punto cuando la senda se convierte en una pequeña trepada sin dificultad, pero que con humedad o lloviendo hay que subir con los cinco sentidos en los pies y las manos (y a veces en el trasero).
Al final llegamos a la cima donde (a pesar de la predicción de Jordi) las únicas vistas de las que podemos disfrutar es la del gallo rojo chillón y su veleta que guardan la cumbre y la de un supuesto precipicio bastante incierto, ya que debido a la espesa niebla no se acierta a ver un burro a tres pasos. Son ya las 11 y Lorenzo sin salir. ¡A lo mejor le ha dado hoy por irse a dar una vuelta a Aitzgorri!
Encontramos varios cruces de otras sendas que recorren la zona (Villafría, carboneras, caleros...).
Tras dejar el hayedo, enseguida encontramos el Bonete, una mole de piedra que se alza como un menhir, de los que transportaba Obelix pero a lo grande.
Casi al lado hay otra pequeña ermita, esta vez incrustada en la roca. Está bastante descuidada. La verja de dentro está rota y tirada (o caída) en el suelo. En ella se encuentra una figura de San Tirso.
Es en este punto cuando la senda se convierte en una pequeña trepada sin dificultad, pero que con humedad o lloviendo hay que subir con los cinco sentidos en los pies y las manos (y a veces en el trasero).
Al final llegamos a la cima donde (a pesar de la predicción de Jordi) las únicas vistas de las que podemos disfrutar es la del gallo rojo chillón y su veleta que guardan la cumbre y la de un supuesto precipicio bastante incierto, ya que debido a la espesa niebla no se acierta a ver un burro a tres pasos. Son ya las 11 y Lorenzo sin salir. ¡A lo mejor le ha dado hoy por irse a dar una vuelta a Aitzgorri!
Una vez
abajo, sin habernos perdido ni una sola vez (¡increible!), nos queda la ardua
tarea de buscar algún bareto para que nos pongan un par de huevos fritos con lo
que sea menester: el primer intento en Bernedo fallido. Atravesamos en coche la
Montaña Alavesa y llegamos a Maestu, donde nuestros deseos se hacen realidad:
comemos huevos fritos y sale el sol.
De
común acuerdo decidimos repetir la experiencia de San Tirso (y de los huevos),
pero eso sí, ¡un día soleado!
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